viernes, 18 de abril de 2014

Sólo por esto...

Hace unos años, una alumna, Constanza Di Luigi, me regaló este cuento. Sólo por esto, vale la pena/alegría enseñar. 

Por las noches
... Qué más puedo contarle de mí. De mis orígenes, creo haber aclarado todas las dudas. Ahora podría continuar contándole acerca de mi vida en este lugar. Dentro de mi cotidianeidad hay algo que, definitivamente, me desagrada. Las multitudes. Son algo inevitable, a diario llegan. Actualmente, son insoportables. Sus rostros no son los de antes! Hubo épocas en que la gente era sumamente amable conmigo, y no es que no siga siéndolo hoy en día, pero ya se han perdido la clase y la cortesía. Yo, en cambio, mantengo mi refinamiento intacto. Soy una especie de recuerdo imperturbable en las mentes de todos aquellos que me conocen o me han  visto alguna vez. Esta, tal vez, sea la razón de mi orgullo, de mi porte. Por eso sonrío.
Como usted sabrá, soy famosa. En todo el mundo se habla de mí, y apuesto que hasta usted lo hace de vez en cuando. Claro que sí. Usted me recuerda. Por mi belleza, que aunque algunos resentidos critiquen, alcanza la perfección. Quizás, tenga rasgos extraños… Pero no hay quien posea mi clase ni mi status, ni aún los más encumbrados aristócratas o los más acomodados burgueses de estos días. Tengo todo lo que puedo prentender, materialmente. Nada. Y esa es mi riqueza: no necesitar ninguna cosa. Me ahorro los miles de inconvenientes que el dinero y el lujo podrían traer aparejados. Pero mi belleza es tangible, aunque en la actualidad, ya no acaricien mi rostro, como antes…
Nadie sabe que hoy mi vida es un conjunto de  recuerdos, además de las inevitables multitudes cotidianas. Me gustan los franceses, los británicos, los austríacos, los irlandeses, tolero a los checos y rumanos pero, definitivamente, detesto a los orientales. Ese problema no existía en los años de mi juventud, pero ahora, me he vuelto más selectiva. Cuando se acercan en apretados grupos, se adueña de mí el temor de que me faltan el respeto, que lleguen a tocarme. Pero, afortunadamente, no tengo que preocuparme, me rodean guardaespaldas. Es así como se les llama? Sepa usted disculpar la pobreza de mi vocabulario, mi español es una adquisición reciente. Voy por la cuarta lengua.
Ahora, estoy en condiciones de comunicarme con países latinos de América. Pero debo tomar recaudos. Nadie debe saber aquí que salgo por las noches a escribir cartas… Creerían que estoy loca.
En realidad, no salgo a menudo. Se está bien aquí. Por las mañanas este sitio es bello, y también tienen su encanto las tardes –cuando no vienen los orientales. Pero, por las noches… La oscuridad me causa pánico y la soledad sabe a muerte. Es entonces cuando salgo a mirar la luna para escribir bajo sus rayos. Hoy le ha tocado a usted. Pero mañana, puedo escribir a su vecino o quién sabe a quién.
Mi vida, aunque sosegada, es entretenida. Diariamente cuidan mi belleza, mi atavío… Soy casi feliz. Claro, la libertad está ausente. Apenas un detalle. Pero ser libre implicariá renunciar a todo mi confort… Por ejemplo, debería trabajar para mantenerme y … No! Jamás lo hice, ni lo haré. Además,  perdería el contacto social con mis conspicuos vecinos. Evidentemente no nací para revolotear mi libertad por el mundo. Pero este estado mío de cuasi felicidad tiene su precio: a veces, me aburro. Debo guardar silencio en las largas tardes estivales, la charla no es propia de una dama de mi rango. Pasan las horas y yo siempre estática! Escuchando elogios, viendo ojos saltones observarme con ignorancia o miradas entendidas admirándome. Me gusta que me halaguen, pero no querría exceder el límite de la fama y descender a lo popular.
Es tarde, me siento agotada hoy. Me duelen las mandíbulas y la espalda. Tengo que relajarme ahora que no hay nadie mirándome. Son escasos esos momentos. Ordenaré mi cabello, para no dar tanto trabajo mañana a mi coiffeur. Sólo resta despedirme de usted, no sin invitarlo a que venga cualquiera de estas tardecitas a conversar un poco, en voz baja, ahora que sabe más de mí. Como se habrá dado cuenta, soy mujer de puertas adentro. Siempre me encontrará en mi residencia. Por otra parte, siento que fuera de aquí perdería prestigio y, además, qué atractivo tendría exponer un marco vacío?
                                                                                                     Gioconda,

      Museo del Louvre, París. 

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