Sin consigna
Luego de estudiar el peronismo y analizado la película protagonizada por Ester Goris "EVA PERON", Catalina me cuenta que escribió algo sobre ella. No hubo ninguna consigna dada, por lo que vale doble.
Enseguida, vino a mi mente el cuento de Rodolfo Walsh, "ESA MUJER" o la novela de Tomás Eloy Martínez, "SANTA EVITA". Cata titula su relato:
La actriz
Catalina Escardó, 5to. año, Colegio Santa Teresa, 2017
Hoy en la tarde pedí que sacaran todas las flores de mi
habitación. Odio que me traigan flores. Actúan como si ya estuviera muerta.
Como si no fuera suficiente que me tenga que pasar todo el día en la cama, con
todas las reuniones sindicales a las que asistir, tantos hospitales que
construir, tantas escuelas que remodelar, tantos votos que conseguir. Tantos
enemigos a los que enfrentarse. Tantos monstruos que señalar ante mis
descamisados y enseñarles: “ellos, ellos son los culpables.”
Pero este monstruo es diferente. Este monstruo está
logrando lo que ningún otro pudo…este me ataca desde adentro. Aunque sea así,
aunque sé que me muero, todavía tengo fuerzas para pegarle una buena trompada a
cada médico que me mira con lástima.
¿No me levanté una y otra vez, a pesar de que todos a mi
alrededor estaban convencidos de que cada vez sería la última? ¿No me paré el 22 de agosto en el balcón de la Casa Rosada?
Ese balcón…quizás la pieza más importante en toda la escenografía de mi vida.
¿Quién hubiera dicho, hace tantos años en ese agujero de
mala muerte llamado Junín, que la chiquitita Evita iba a terminar ahí? Quizás
eso es lo que despierta tanto odio en los vendepatrias, los oligarcas y los
milicos. Les dan miedo los pequeños. Les dan miedo las mujeres. Les dan miedo
los pobres. Les dan miedo porque se dieron cuenta de que ahora, en mi Nueva
Argentina, los que empiezan mirando todo desde abajo, pueden terminar hablando
desde el balcón.
Yo nunca tuve miedo. Ni siquiera ahora tengo miedo a la
muerte. No, no es miedo lo que siento. Quizás incertidumbre. Y enojo. Un enojo
terrible al saber que me voy dejando tanto incompleto. Que podría haber sido
parte de la fórmula de la Patria. Pero no puedo, porque me estoy muriendo. Fui
todo para un pueblo que nunca tuvo nada. Me amaron como nunca habían amado a
nadie, y ahora me estoy muriendo.
Una enfermera entra para realizar la transfusión de
sangre del día. Qué irónico, que me tengan que prestar justo eso que nunca me
faltó.
Débil. Si me vieran ahora, esa es la palabra que usarían
para describirme. La única cosa que nunca fui. Pálida. Flaca. Piel y
hueso. Con una salud de mierda. Eso sí.
Pero bastaba con que abriera la boca para que se dieran cuenta de que las
apariencias engañan. Piel, hueso, y más huevos que todas las Fuerzas Armadas
juntas. Esa soy yo, Evita.
Evita Duarte. María Eva Duarte de Perón. Eva Perón. Santa
Evita. La compañera Evita. El hada rubia. Tantos nombres, en tan pocos años.
Sólo 33.
“Cómo Jesús”, susurran mis descamisados entre lágrimas.
Cómo si significara algo. Quizás si significa algo para ellos. Pero no todo en
esta vida tiene un sentido, no todo fue planeado por Dios, y si planeó esto,
Dios es un hijo de puta. Quizás a Jesús le alcanzaron 33 años para un par de
milagros de mierda. Pero a mí…a mí me quedan tantos milagros por hacer….
Estoy harta de tratar de entenderlo. Dios nunca me
entendió a mí. Y a los pobres tampoco. Se hablan muchas pelotudeces sobre
cuanto los ama, pero en realidad no los ama un carajo.
La única que los amó de verdad fui yo. Yo sí que los
entendí. Y ahora me estoy muriendo. Me muero sabiendo que nadie podrá amarlos
como yo los amé. Nadie podrá reemplazarme en mi papel, el que escribí para mí
misma, entregando mi alma en cada frase.
Y los amé como a los hijos que nunca tuve. Que nunca voy a tener, porque
mi cuerpo no sirve para nada más que romperse. Tan pálida. Tan flaca.
“¿Cómo puede caber tanto dolor en un cuerpo tan
chiquito?”
Y a esa pregunta le sigue una interminable procesión, que
duele más que cualquier operación, pinchazo y tratamiento: ¿Por qué me tengo
que morir yo, y no alguno de esos millones de hijos de puta que no hacen más
que pensar en sí mismos? ¿Qué se dirá de mi cuando no esté? Los oligarcasya están
almacenando las botellas del más fino champagne para brindar cuando me
muera. Están felices, felices de que
finalmente voy a dejar de romper las pelotas. La versión populista de Eva
Braun. “Esa mujer”, “la yegua”, “la puta”. La puta que movilizó a todo un país
usando nada más que el tono y las palabras adecuadas. Me gustaría verlos
intentarlo. Los más compasivos me reducirán a una actriz que aprendió muy bien
sus líneas. “No decía mucho, pero lo decía fuerte”, dirán, mientras se terminan
las últimas copas.
Se dirá que fui la mujer más amada y más odiada de la
Argentina, sin aclarar proporciones.
¿Y que dirán mis obreros? A ellos les importa poco las
acusaciones, mientras tengan un buen, comida y un lugar donde dormir. ¿Qué
importa si lo hacía tanto por ellos como por mí? ¿Qué les importa si somos
nazis o fascistas? Me recordarán como su salvadora. Como la que les regalo su
primera muñeca, o su primera pelota de fútbol, su primera botella de sidra en
la fiesta o sus primeras vacaciones a Mar del Plata. La que fundó los Hogares
de Tránsito, la Ciudad Infantil. La que se quedaba recibiendo gente hasta altas
horas de la noche en la Secretaría de Trabajo y hasta se preocupaba porque
tuvieran dinero para volver a casa. Y también la que los abandonó demasiado
pronto.
“Decepcionaste a tu pueblo, Evita. Todo lo que pedíamos
era que fueras inmortal.”
¿Recordarán lo que dije? No lo sé. Es probable que a mis
palabras se las lleve el tiempo, con todo lo que se lleva. Quizás se olviden de
mis discursos, pero nunca se olvidarán como los hice sentir. Tanto los que me
adoran como los que me odian. Una vida tan corta, y sin embargo desperté
sentimientos en una nación entera. Todo sentimiento menos indiferencia.
La actriz que nació para hacer quilombo. Semejante
quilombo en sólo 6 años. Si tan sólo hubieran sido 10. 20. 50. ¿Se sentirán así
todos los que mueren jóvenes? Me muero en el medio de la vida. En el medio de
una escena. En el medio de una línea. Evita Perón, mutis. Mucho antes de lo que
hubiera sido justo. Mucho antes de que baje el telón.
“En este país…ser puto, ser pobre y ser Eva Perón…es la
misma cosa.”
Las palabras de mi amigo Paquito no dejan de darme
vueltas por la cabeza. Ser Eva Perón. No siempre fue fácil. Nunca fue fácil. La
vida nunca es fácil para los marginados, los bastardos, los incomprendidos.
Pero me gustaría creer que, por lo menos durante mi corto paso por su
existencia, su mundo se transformó en un lugar un poco menos doloroso. Un poco
más feliz.
Ser Eva Perón…no hubiera preferido ser ninguna otra
cosa.
No logró decidir que es más insoportable dejar atrás: si
los miles de corazones rotos y desesperados, o los pocos pero apasionados
festejos. La pared cerca de la residencia con la leyenda “Viva el cáncer”, o
las velas que se prenden todas las noches para “Santa Evita”. A veces me quedo
despierta hasta altas horas de la noche. Las palabras que nunca llegas a decir
tienen una capacidad enorme para sacarte el sueño. Y me preguntó: ¿Cómo pueden
festejar? ¿Cómo pueden festejar, cuando hay una madre que pierde a su hija?
¿Cuándo hay hermanos perdiendo a su compañera de la infancia? ¿Un marido que pierda
a su esposa?No me creerían si digo que lo más difícil de todo es dejarlo a él. Fuimos
mucho más felices de lo que todo el mundo cree. Nos complementamos el uno al
otro, no importa por qué motivos elegimos hacerlo.
Es increíble lo que los fanatismos hacen de nosotros. El
odio me convirtió en un demonio. El amor, en una santa. Santa Evita.
¿Quién soy? ¿Soy las dos, o no soy ninguna? Eso suele
pasar en el cine y el teatro: cada cuál interpreta tu papel como quiere. Suele
ser una buena señal. Significa que diste tu mejor actuación. Pero la política,
el arte más delicado de todos, va mucho más allá. Te convertís en una opinión:
a favor o en contra.
Quizás a eso se deba lo que elegí decir en aquella última
emisión.
“No tenía entonces, ni tengo en estos momentos, más que
una sola ambición, una sola y gran ambición: que de mí se diga, cuando se
escriba el capítulo maravilloso que la historia dedicará a Perón, que hubo al
lado de Perón que se dedicó a llevar al Presidente las esperanzas del pueblo, y
que a esa mujer, el pueblo la llamaba cariñosamente Evita.”
Cariñosamente, Evita. Simplemente Evita. No es cierto que
me basta con sólo eso. Quería más. Podría haber tenido tanto más…pero el guión
es el guión, y las buenas actrices saben seguirlo.
Esas palabras, como todas las que he dicho desde el 17 de
octubre de 1945, son cuestionadas y analizadas. ¿Són de corazón? ¿Son pura
demagogia? Nadie lo sabrá a ciencia cierta. Como en el teatro, nada es verdad,
nada es mentira. Todo es parte del guión.
Pero qué escenas me tocó interpretar. La más hermosa de
todas, que me encontró sentada al lado de Perón. El Día de la Lealtad, que de
alguna manera se siente más mío que de cualquiera. El día
de las elecciones, cuando la voz de la Argentina se levantó para vitorearnos.
Una Argentina invisible, hasta entonces basureada e ignorada…tan parecida a mí.
Los vestidos, las joyas, los peinados. El viaje del arcoíris. El arcoíris…cómo
brillaron sus colores. Pero qué rápido desaparecieron. Como luces sobre el escenario,
que iluminan mucho más que caras y vestuarios. Y cuando salimos nos dejan con
la sensación de que lo que acabamos de ver, aunque haya sido corto, fue lo más
real que vimos en mucho tiempo.
Las luces del teatro de mi vida, que el 22 de agosto
iluminaron a la multitud reunida para verme. Me acuerdo de las caras, esas
caras desesperadas que tuve que enfrentar aquel día. Los ojos anegados en
lágrimas siguen a la mujer que desparece del balcón. Esa mujer que se va. La
más odiada y más amada de la Argentina.
La actriz que murió a mitad de una línea.