domingo, 18 de enero de 2015

Rebelión de mujeres

Fragmento de Lisístrata, de Aristófanes.

"Lisístrata: - Ah!, si las hubiese citado a una fiesta de Baco, la multitud de tambores no permitiría transitar por las calles. Ahora no viene ninguna, excepto esa buena vecina que sale de su casa. Salud, Calónice!
Calónice: - Salud, Lisístrata, ¿qué es lo que te aflige? Serena tu frente, hija mía, no te sienta bien ese fruncido ceño.
Lisístrata: - Calónice, me hierve la sangre. Me avergüenzo de mi sexo, los hombres pretenden que somos astutas...
Calónice: - Y lo somos, por Júpiter!
Lisístrata: - Y cuando se les dice que acudan a este sitio para tratar de un importante asunto, duermen en vez de venir.
Calínice: - Ya vendrán, querida. Las mujeres no pueden salir tan fácilmente de casa. Una está ocupada con su marido, otrra despierta a su esclavo, otra acuesta a su hijo, aquélla le lava o le da de comer.
Lisístrata: - Más grave son estos cuidados.
Calónice: - Pero sepamos para qué nos convocas. ¿Qué cosa es? ¿Es grande?
Lisístrata: - Es grande. Trata de un plan que yo he trazado. Tan sutil que la salvación de Grecia entera estriba en las mujeres.
Calónice: - ¿Pero acaso las mujeres pueden llevar a cabo empresa ilustre y sensata? Nosotras que nos pasamos la vida encerradas en casa, muy pintadas y adornadas, vestidas de túnicas amarillas.
Lisístrata: - Precisamente en eso tengo yo puestas mis esperanzas de salvación, en las túnicas amarillas, en los perfumes y los coloretes... De suerte que ninguno de los hombres de hoy en día levantará su lanza contra los otros.
Se van reuniendo todas las mujeres.
Lisístrata: - Permitidme una sola pregunta. ¿No sentías que los padres de vuestros hijos se hallen lejos de vosotras en el ejército?
Calónice: - El mío, pobrecillo, hace ya cinco meses que está en Tracia.
Lisístrata: - Si yo encontrase un medio de poner fin a la guerra, ¿querrías secundarme?
Mirrina: - Lo haremos, aunque nos cueste la vida.
Lisístrata: - Todo está previsto, hoy mismo nos apoderaremos de la ciudadela. Las mujeres de más edad están encargadas de ocuparla con pretexto de ofrecer sacrificio; mientras nosotras nos concertamos aquí.
Coro de viejos: - ¡Oh, Júpiter! ¿Qué haremos con estas fieras? ¡Esto es insoportable! Es preciso averigüar la causa de este mal, y lo que preteden al apoderarse de la ciudadela.
Magistrado: - Lo que deseo que me digas es la intención con que os habéis encerrado en la ciudadela.
Lisístrata: - Con la de poner a salvo el tesoro y evitar la causa de la guerra.
Magistrado: - Pues qué, ¿el dinero es la causa de la guerra?
Lisístrata: - Y de todos los demás desórdenes.
Magistrado: - ¿Y qué harán?
Lisístrata: - ¡Vaya pregunta!, administrarlo nosotras...
Magistrado: - ¿Administrar vosotras el tesoro?
Lisístrata: - No comprendo tu asombro, ¿acaso no administramos los gastos de nuestras casas?
Magistrado: - Pero no es lo mismo, ese dinero se destina a la guerra.
Lisístrata: - La guerra ya no es necesaria. Las mujeres hemos tomado el partido de reunirnos y salvar entre todas a Grecia. Por consiguiente, escucháis nuestros consejos.
Magistrado: - ¡Esto ya no se puede tolerar!
Lisístrata: -¡Calla!
Magistrado: - ¡Yo, callarme yo, porque tú me lo mandas, deslenguada! ¡Yo obedecer a alguien que lleva un velo en la cabeza! Antes morir.
Lisístrata: Si no tienes más inconvenientes que ése, toma mi velo, rodéatelo a la cabeza y calla. Tolma también mi canastillo, y dedícate a hilar lana, mascullando habas. La guerra será asunto de mujeres.
Así como nosotras principiamos por lavar la lana para separarla de la suciedad, vosotros debéis empezar por expulsar a palos de la ciudad a los malvados, y separar la mala hirba. Luego dividir a todos los que se apelotonan para apoderarse de los cargos públicos y arrancarles la cabeza. Después, amontonar en un canasto, para el bien común, a los extranjeros, los amigos y deudores del Estado y cardarlos sin distinción.
Magistrado: - ¿No es insufrible que pretenda hilarlo todo quien ninguna participación tiene en la guerra?
Lisístrata: - ¡Pero maldito dios! nosotras tenemos parte doble, pues primero parimos los hijos y después los enviamos al ejército.
Cinésias: - ¡Por los dioses te lo pido! llama a Mirrina.
Lisístrata: - ¿Que llame a Mirrina? ¿Y tú quién eres?
Cinésias: - Su marido.
Lisístrata: - Pues bajo a llamarla
Cinésias: -La vida no tiene encanto para mí desde que abandonó el hogar, la casa me parece un desierto, ¡tal es mi pena!¡Oh, dulcísima Mirrinita, ¿por qué haces esto?, baja!
Mirrina: - Me llamas sin necesidad.
Cinésias: - ¿Sin necesidad, y estoy pereciendo?
El niño: - ¡Mamá, mamá, mamá!
Cinésias: - ¿No te compadeces de esta pobre criatura que hace seis días que está sin su madre? Baja, loquilla, por amor a tu hijo.
Mirrina: - No, mientras no hagáis la paz y concluyáis la guerra.
Cinésias: - Bien, si te agrada, lo haremos.
Mirrina: - Bien, si te agrada, volveré a casa ... "
 
 

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