miércoles, 31 de mayo de 2017

Mano a mano III
(otros ejemplos)

Catalina Escardó, 5to H, Colegio Santa Teresa, 2017

8de septiembre, 1930.
Isla Martín García, Río de la Plata, Argentina.
120 horas desde que el país retrocedió 20 años. 120 horas desde que perdí mi lugar como presidente, como líder de un pueblo que tanto necesita uno. 48 horas preso. 48 horas en esta isla.
Hace 5 días los militares marcharon hacia la Casa de Gobierno y pidieron mi renuncia. Todo con esa frialdad y formalidad tan típica de los militares, esa aparente indiferencia mientras destituían al presidente elegido por el pueblo, al primero elegido de manera legítima. Ni siquiera el partido conservador ni los pequeños malcriados de la Liga Patriótica me generaron tanto odio como me generó el Gral. Uriburu cuando ordenó a todo el ejército que, con su paso redoblado, pisotearan todos mis logros. Por alguna razón no puedo dejar de imaginarme como se habrá preparado para ese día. Casi puedo verlo, parado frente a un espejo antes de salir a dar el golpe, dando unos últimos toques a su inmaculado uniforme, sus lustradas medallas. Ajustando el nudo de su corbata negra. Negra para el funeral de mi libertad.
Hace 2 días que doy vueltas por este pequeño cuarto húmedo y frío, sin poder sacarme esa imagen de la mente. En mi celda no hay espejos. No me molesta, hace mucho que estoy evitándolos…sí, por miedo. Por miedo a la persona que me devolvería la mirada. Por miedo a darme cuenta de que lo dicen los periódicos es verdad, que no son solo habladurías de la oposición. Estoy viejo. Aquí, solo en esta celda, me siento más viejo e inútil que nunca. ¿Así es como termina una vida entregada a la patria?
Incluso antes de que me trajeran aquí podía sentirla terminándose en el correr de los segundos, como se me escapaba de entre los dedos con cada cambio del reloj, con cada nueva fecha escrita en la tapa del diario La Nación, con cada hora que moría en el otoño agonizante de 1930.
En mi celda no hay relojes, ni ejemplares de la Nación, nada que delate todo lo que se va. Pero ya ni siquiera me importa. Quizás a cada persona solo se le da una determinada cantidad de días que cuenten. Esos días en los que podemos hacer algo, ser alguien, efectuar un cambio…son limitados. Mis días se acabaron. Para ser exactos, el 6 de septiembre fue el último.
120 horas desde que las horas dejaron de contar.
Se escuchan pasos detrás de mi puerta, y el tintineo de las llaves. No sé porque se molestan con llaves y cerraduras. Como si estuviera en condiciones para escapar. Como si fuera necesario encerrarme, en esta isla que tiene el extraño poder de convertir a tu propia conciencia en una cárcel.
La puerta se abre y me incorporo esperando ver a mi carcelero, pero no es él que entra, sino un hombre muy joven. No usa uniforme, a diferencia de todos aquí, pero si viste de traje. Arrima una silla cerca del catre en donde en este momento estoy sentado y comienza a hablar:
IT: “Buenas tardes, señor Yrigoyen. Mi nombre es Ignacio Trueba. Debo disculparme, esta reunión debería haber pasado ayer,” me dice, aunque no parece muy arrepentido.
Y:“¿Periodista?” Pregunto, arqueando una ceja.
IT:“Abogado. Vengo a negociar las condiciones de su liberación.”
Y:“¡Negociar!” exclamo, sin esforzarme por disimular mi sarcasmo. “Nunca antes había escuchado esa palabra en boca de un conservador.”
Me devuelve una burlona sonrisa, dejando en claro que él tampoco está muy conforme con la tarea que se le ha asignado.
IT:“Para tener tanto resentimiento contra los jóvenes del partido conservador, debe admitir que los dejó actuar con bastante libertad durante la Semana Trágica.”
Mantengo su mirada, pero no digo nada.
IT:“¿O acaso debo recordarle como permitió que la Liga Patriótica moliera a palos a los obreros durante varios días luego del desastre en Vasena? Se lo merecían, por supuesto. Una semana entera con el país paralizado. Debo felicitarlo, pues parece que no necesitó su ayuda para reprimir a los esquiladores de Río Gallegos. Muy bien. Usted mismo debe admitir que todo ese cuento del Estado árbitro es nada más que eso, un cuento…con esas bestias ignorantes nunca se podrá dialogar. Mejor volver a los métodos antiguos, que al final, son siempre los únicos que funcionan.”
Un joven desesperado por volver a los métodos antiguos. Cuando yo era joven, sólo quería hacerlos desaparecer. Quería cambiar las reglas del juego. Un juego que ni siquiera yo supe jugar. Y en ocasiones no supe como obedecer las reglas que yo mismo impuse.
Y:“Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. Sin embargo, sostengo que hacer política es dialogar. Con todos los actores de la sociedad. Y este nuevo gobierno no podrá obtener verdadera legitimidad a menos que aprenda a dialogar.”
IT:“Por supuesto, hay que saber dialogar. Sólo me pregunto…¿Por qué no pudo dar usted el ejemplo, dialogando con el Congreso?”
La conversación se ha convertido en un permanente intercambio de ironía, sarcasmo, y cinismo.
Y:“Si se refiere al discurso que esperaban que diera en el inicio de las jornadas representativas, debo admitir que tanto discurso y teatro siempre me han parecido innecesarios. Si se refiere a las intervenciones federales…el PAN realizo el doble, sin pedir el permiso de nadie.”
IT:“Resulta que en persona es todavía más contradictorio que su imagen. Se presenta ante la nación como un noble caballero emprendiendo una Santa Cruzada por la democracia, pero desconoce a una de sus partes más importantes. Dice que la nación debe ser de todos, pero a mí no me engaña: vio la oportunidad de hacer lo que quiso, y la tomó, porque cree que es el único que puede hacer las cosas bien.  Dice que hay que saber dialogar con todos los actores de la sociedad, pero desde que asumió está sacándonos a la elite nuestros privilegios, uno por uno.”
La insolencia es algo que los caracteriza a ellos. Los jóvenes del partido conservador. Parece un chiste. Juventud gastada en los que solo quieren conservar. El mismo nombre de su partido delata una cause perdida. ¿Hay algo en este mundo que se pueda conservar? ¿Hay algo en este mundo que realmente permanezca?
“Mira quién habla de ironías, Hipólito,” me susurra burlona la voz de mi conciencia. “Para llamarse la Unión Cívica Radical, no parecen muy unidos.”
IT: “¿Cómo dice?”
Genial. He hablado en voz alta  y ni siquiera me di cuenta. Los síntomas de mi vejez aparecen siempre en momentos muy oportunos.
Ignacio Trueba sonríe. A pesar de su pregunta, sé que me ha escuchado perfectamente.
IT:“¿Puede culpar a los antipersonalistas por separarse del resto del partido? Es lógico no querer unirse a los fanáticos que siguen ciegamente a su líder sin cuestionar sus decisiones. Debo rescatarle que usted ha hecho un trabajo fantástico cultivando el mito. Mostrarse en público 2 veces al año fue realmente efectivo. Es muy fácil crear una imagen falsa de alguien que rara vez muestra la verdadera. Y si hay algo de lo que los argentinos no carecemos, es imaginación.”
Y: “¿Alguna vez se preguntó por qué el mito se propago tan fácilmente? Pues yo sí, y la respuesta es que la gente necesita los mitos para sobrevivir. La gente necesita la democracia. Necesita un héroe que luche por ella. Necesita saber que las minorías serán escuchadas. Necesita poder salir a la calle a reclamar cuando se está muriendo de hambre. Necesita saber que existe la posibilidad de ascender, de mejorar su posición social. Necesita un Estado que se preocupe por poder otorgarle un empleo y que eso sea posible.”
IT: “¿La gente lo necesita, o usted? ¿Va a justificar también los mates con su cara, diciendo que es una medida para el bienestar social? No, la sociedad estaba bien antes que llegara, siguiendo el orden natural de la supervivencia del más apto. El empleo público que se dio la libertad de repartir libremente y que, además, espera que financiemos con nuestros impuestos, es una herramienta populista y demagógica.Dice que la gente lo necesitaba…¿en dónde estaban todos ellos cuando los militares lo limpiaron como ajo? ¿Por qué nadie opuso resistencia?”
Y: “Quiero creer que fue nada más que por asombro.”
IT: “O quizás porque ni siquiera usted pudo hacer que el pueblo creyera en la democracia. En los pocos discursos que dio no paraba de afirmar que la UCR representa a la nación misma, lo cual es completamente anti democrático. Seamos sinceros: nadie la defendió. Yo estoy empezando a descreer cada vez más. Sobre todo en la libertad de expresión. En Italia, en Alemania, ideas muy interesantes están expandiéndose. Las grandes potencias se preparan para una contrarrevolución. Escúcheme, Yrigoyen: Ya ha tomado nuestro consejo una vez, cuando le pedimos que le comprara a quien nos compra. Sea inteligente y tómelo de nuevo: Si cuando sale de aquí sigue teniendo alguna influencia, haga todo lo posible para que deporten a esos bárbaros comunistas y anarquistas. Que vuelvan a sus países, y que allí los corrijan. Ayude a reestablecer el orden social que usted mismo contribuyó a destruir. Bien sabe que el mundo solo podrá salir adelante cuando el poder esté en manos de quien sabe cómo usarlo.”
Y: “Nadie sabe como usarlo.”
El abogado me mira sorprendido. Sé que es extraño escuchar a un presidente pronunciar esas palabras, pero eso no las hace menos ciertas.
Y: “Nosotros deberíamos saberlo mejor que nadie. Somos el daño colateral. Los que sufrieron a millones de kilómetros y un océano de distancia mientras Europa se desangraba. La venta de cereales se congeló, la de carne disminuyó, los préstamos que sostienen nuestra economía dejaron de ser una opción e Inglaterra demandaba devoluciones que no podíamos darle. Los criadores, al ser el principio de la cadena, por primera vez entendieron lo que es tener una posición desafortunada. Todo porque a los granjeros norteamericanos les convenía que la carne argentina tuviera fiebre aftosa. Además, somos los testigos de cómo el gran imperio estadounidense aplasta y explota a nuestros hermanos hispanos. Me gustaría ver como el gobierno de Justo se las ingenia para salir de este triángulo comercial en el que hemos quedado atrapados. Gran Bretaña presiona por una relación bilateral, EE.UU ofrece brindarnos lo que sus amigos europeos no pueden pero nunca la oportunidad de venderles. Esa es la única pregunta que los países periféricos podemos darnos el lujo de responder: ¿Qué potencia queremos que nos explote ahora?”
IT: “Sí, dejó muy en claro su antipatía hacia los norteamericanos. Sabemos que no es casualidad que haya elegido el 12 de octubre para conmemorar el día de la raza…ni que haya ordenado a una nave de guerra saludar al pabellón de República Dominicana en un momento de conflicto con EE.UU.”
Y: “Así es. Sé que nunca me perdonaran que esa antipatía haya sido uno de los obstáculos que les impidieron unirse a los Aliados.”
IT: “Defender a nuestra amada y temida Gran Bretaña…nos habría hecho quedar ante el mundo mucho más noble de lo que en realidad somos.”
Y: “Declararle la guerra al káiser Wilhelm II no es nobleza, es estupidez.”
Sus labios se curvan en una breve sonrisa.
IT: “Es un hombre inteligente. Que lastima que los cambios que queremos para el país no coincidan.”
El viento frío y húmedo de la isla golpea contra las paredes, y las manecillas de su reloj de muñeca se mueven, crueles e indiferentes, siguiéndole el paso a los segundos. Creí que estarían de mi lado. Pero ahora lo entiendo: lo que corre nunca está del lado de nadie.
Y: “Los cambios llevan tiempo. No me dieron tiempo suficiente.”
IT: “A nadie se lo dan.”
Es compleja la vida en este mundo en el que todos tenemos ideales tan distintos, y estamos tan dispuestos a luchar por ellos. A hacer lo que sea para que, cuando llegue el momento, podamos partir sabiendo que dejamos atrás el país con el que una vez soñamos. Y así, con cada segundo que pasa, con cada nueva fecha en la tapa de los diarios y con cada otoño que muere, nuestras acciones llenan las infinitas páginas de la historia.
Ignacio Trueba ajusta su corbata. Muy apropiado.

Corbatas negras para el funeral de la democracia

Guillermina Barberis, 5to. H, Colegio Santa Teresa, 2017.
El 6 de noviembre de 1930 fue un día lluvioso en la Isla Martín García. En ese entonces, cuando aún funcionaba la cárcel de la isla, se encontraba preso Hipólito Yrigoyen, el primer presidente radical que tuvo Argentina. Habían pasado exactamente dos meses desde el golpe militar, y él se encontraba más solo y abandonado que nunca. Sólo veía a una persona durante el día: el guardia que venía a traerle esa comida, tan desagradable, pero que resultaba lo único bueno de ese lugar. El resto del día se lo pasaba encerrado allí, solo, acompañado únicamente por sus pensamientos que no resultaban muy alentadores. Sabía sólo algunas cosas: que estaba viejo, cansado, y que no podía hacer nada por su país frente a los militares, al menos no desde esa cárcel en la Isla Martín García.
Mientras que Yrigoyen se encontraba en su celda, un joven, Ignacio Cepeda, estaba siendo chequeado para entrar en el recinto. Venía a hacerle una visita a una figura importante de la sociedad argentina: nada menos que el mismo Yrigoyen. Ignacio no era un gran fan de ésta figura: como todos los de su clase, para él el viejo presidente era exactamente eso: un viejo incompetente que había terminado con el cargo más alto del país porque un pueblo repleto de inútiles con ideas revolucionarias lo había votado. No, Ignacio Cepeda no venía en forma de amigo a ver a Yrigoyen, él buscaba tener una conversación no muy amistosa acerca de todos esos años en el que había estado en el poder, todos esos años en los que se aprovechó de todo el dinero de su clase, todos esos años en los que abasteció de empleos públicos a cualquiera que lo siguiera. Él iba a ser el famoso miembro de la Liga patriótica que tuvo una conversación privada con el anciano de Yrigoyen en su celda de la cárcel, el ser que estuvo más cerca del Peludo después de que haya caído lo más bajo posible. Y sobre todo, él iba a formularle a Yrigoyen el reclamo que su padre no pudo hacer cuando Dios decidió llevárselo antes.
Pensando en estas cosas, Ignacio cepeda finalmente llegó a la celda del ex presidente. Yrigoyen levantó la cabeza, y cuando lo vio se paró de su cama para ponerse frente a su visita.
Yrigoyen: ¿quién eres tú, joven? ¿Qué haces aquí? Definitivamente no eres un preso de este lugar.
Ignacio: Dios mío, sabía que la cárcel deteriora a cualquiera, pero nunca me imaginé semejante situación, señor. Le diré así sólo por el respeto que cualquier persona comprometida con su país le tiene a un ex presidente, pero sepa que si fuera por mí usted no sería nadie en este momento. Debería decir que lamento su situación, pero la verdad es que no lo hago. Ni un poquito. Bueno, no me voy a ir por las ramas, porque si empiezo a decir por qué lo detesto no acabaría nunca. Vengo aquí porque quiero hablar con usted. Quiero ser el primero de la Liga Patriótica que tuvo contacto con usted desde que mi querido Uriburu tomó el poder del país. Quiero vender mi conversación con usted a todos los diarios, y quiero que hablemos de todos sus gobiernos, de todos los años en los que los conservadores se vieron afectados por su conducta.¿Recuerda a mi padre, señor? Antonio Cepeda, un miembro de la sociedad rural.
Yrigoyen: lamento decirle que no, joven. No sé quién es.
Ignacio: estoy seguro que mantuvieron algunas peleas privadas, señor, haga un poco de memoria. La cuestión es que usted y su estúpida política de ganarse votos con empleos públicos le costaron mucho dinero. Y cuando se dio cuenta de que el dinero del estado no era suficiente para pagar todos esos trabajos, usted quiso crear un impuesto a los ingresos personales, aunque por suerte el congreso lo pudo frenar, ya que de lo contrario nuestra clase le hubiera seguido pagando a usted sólo para que usted pueda repartir empleos públicos con ese dinero así se ganaba el voto del pueblo. Y ni hablemos de esa política que tuvo de ir en contra de todo lo que los conservadores planteamos, inclusive ir en contra de nuestras opiniones frente a la creciente participación de Estados Unidos en nuestra economía...pero bueno, de eso no vengo a hablarle hoy.
Yrigoyen: lamento decirte que no concuerdo con ese comentario de la economía. No sé si lo recuerdas, joven, pero en 1929 yo firmé un acuerdo comercial con Gran Bretaña con el objetivo de fortalecer nuestra relación. En este acuerdo, decidimos que Gran Bretaña invertiría en ferrocarriles y nuestro país le vendería carne. Sin embargo, entiendo cuando dices que Estados Unidos participaba muy activamente en nuestra economía. Este país nos vendía maquinaria, autos, camiones, neumáticos, e incluso instaló empresas en nuestro país. Y a pesar de que nos trajo todo esto, era una relación muy deficitaria porque nosotros no podíamos colocar ninguno de nuestros productos en el mercado estadounidense, y eso nos traía problemas. Por eso intenté mejorar las relaciones con Gran Bretaña, pero era muy difícil por la crisis y el poco apoyo que tenía. Comunícales a los de tu clase que hice todo lo posible por mejorar la situación de Argentina frente a estos dos países, pero la crisis no fue de mucha ayuda para cumplir mi objetivo.
Ignacio: La verdad es que no sé si comunicaré eso, no quisiera que ahora mi partido empiece ahora sentir pena por usted. Me lo pensaré.
Yrigoyen: sabía que era difícil que lo comunicara, pero tenía que aprovechar la chance. Disculpe mi interrupción, continúe con lo que tenía para decirme antes de que saque a luz el tema de la economía. Su fuerte odio hacia mí me da mucha intriga.
Yrigoyen lo miró, desafiante, pero Ignacio no prestó atención.
Ignacio: Lo primero que voy a hacer, señor, es rescatar lo único que yo considero que hizo bien en sus gobiernos, y voy a decir esto primero porque si quiero que usted se abra un poco a mí sobre cuestiones que no le van a resultar placenteras, considero que tenemos que empezar por lo bueno, ¿no? Le voy a decir lo que apoyé desde el principio, lo único por lo que a mi parecer hace que usted se merezca una felicitación, y eso es su actitud y su posición durante la semana trágica. ¿Recuerda ese suceso, señor? Fue hace once años. Usted en esa semana tuvo muchos conflictos para controlar a sus queridos trabajadores, en especial a todos esos socialistas y judíos que inundaban las calles. Entonces, usted decidió dejar a mi grupo actuar, y ahí fue donde por primera vez actuó mi queridísima Liga Patriótica de la mano de las fuerzas de su poder: la policía y los militares. Esto, debo decir, se lo debemos todo a usted. Si no hubiera sido porque usted nos dejó reprimir a los protestantes, nosotros no seríamos lo que somos hoy, y por eso más que nada creo que se merece una felicitación, y además porque a decir verdad usted manejó esas represiones de manera ideal. Aunque sospecho que luego no le debe haber resultado tan bien a usted dejarnos actuar, ¿no? Tal vez el ejército y la policía se tomaron su tiempo en reprimir a diferencia de nosotros, pero debo decir que no cualquiera hubiera tenido las agallas para manejar semejante protesta como lo hizo usted, y además me pareció una actitud muy importante porque finalmente le hizo darse cuenta a usted de los problemas que puede traer confiar y negociar con el pueblo, especialmente en esas épocas llenas de revolucionarios. Aunque, por supuesto, le costó un poco entender este concepto, ¿recuerda la protesta en Santa Cruz? Tuvimos que ser bastante insistentes para que usted finalmente decidiera reprimir primero...en fin, su posición y actitud en la semana trágica es lo único bueno que rescato de sus años en el poder, lo único que hace que hoy lo esté tratando con respeto. Y que quede claro que es lo único que rescato. ¿Tiene algo que decir del tema, señor?
Yrigoyen lo observó seriamente, meditando sus futuras palabras.
Yrigoyen: no mucho, la verdad. Simplemente que si con esas palabras con las que intenta hacerme recordar ese suceso que vivimos juntos son las palabras con las que usted quiere que yo me abra, lamento decirle que no lo va a lograr. Menos aún con sus felicitaciones y alabanzas, porque lamento decirle que esas cosas no me gustan. Sólo hablé de economía porque quería que usted comparta lo que me pasó con los de su clase, pero no crea por un segundo que eso me iba a hacer dispuesto a hablar. Así que, si lo que usted esperaba era una especie de entrevista, joven, le recomiendo que se retire de esta isla ahora, porque no va a pasar.
Ignacio: de eso no tiene que preocuparse, señor. Yo ya sabía que usted no sería un huevo fácil de romper, así que por mí no se preocupe. Sólo voy a contentarme con ser yo el que hace la mayoría de la conversación, no voy a esperar mucha respuesta de usted.
Después de su comentario, Yrigoyen se sentó nuevamente, cansado de estar parado. Ignacio se mantuvo erguido como en toda la conversación, pero ésta vez, su cara se modificó: estaba tenso, como si algo le molestara mucho por dentro.
Yrigoyen: ¿qué te sucede, joven?
Después de una pequeña pausa, Ignacio decidió responder.
Ignacio: ¿sabe lo que me sucede, señor? Tengo tanto odio acumulado hacia usted.Mi padre murió hace unos meses, y lo único que le preocupó en sus últimos momentos de vida fue usted y todo su gobierno que fue completamente desfavorecedor de mi clase. Al principio, él tuvo esperanza en usted, pero por supuesto, usted lo tuvo que defraudar. Él estaba molesto con usted por algo, él tenía un reclamo importante que hacerle. Lo discutió con un gran amigo suyo, Alvear, compañero de partido con usted, pero nunca pudo decírselo a quien verdaderamente quería. Y eso es justamente lo que le vengo a decir hoy, más que nada, es decir lo que él no pudo por su muerte. Como dije antes, a pesar de que él por cuestiones de sangre era un miembro de la Elite, y por ende fiel seguidor del Partido Autonomista Nacional, creyó que fue bueno que en esas elecciones de 1916 hubiera ganado un Radical, porque le traería alguna mejora al pueblo, esas mejoras que el PAN no pudo darle por todo el fraude y la corrupción que manejaba. Le pareció bueno porque últimamente el PAN venía teniendo dificultades con el pueblo, así que le pareció bien que el partido de su amigo Alvear ganara, Aunque no fuera exactamente Alvear el elegido en esas elecciones de 1916. Él verdaderamente creyó que usted cumpliría su promesa de terminar con el fraude, aunque por supuesto que no podía apoyar esto porque sería ir en contra de sus creencias. Por primera vez en mucho tiempo, el pueblo tuvo fe en el presidente elegido, tuvo fe en que este presidente sería el que instalaría la democracia como Dios manda. ¿Pero sabe una cosa, señor? Usted siempre se creyó mejor que los conservadores, siempre creyó que peor raza que la nuestra no podía haber para el pueblo argentino. Aunque la realidad es distinta, señor. Usted no es mejor que nosotros ni en lo más mínimo, porque usted hizo una promesa, y no la cumplió. Nosotros ni siquiera nos atrevimos a prometer algo que sabíamos que no cumpliríamos, pero usted tuvo las agallas de creerse mejor que nosotros y prometió una mentira. Convenció a todo el país que sería el salvador de la democracia, el que terminaría con todo lo malo de nuestro gobierno, pero no lo cumplió, ni siquiera se atrevía a reprimir al pueblo cuando era necesario, como lo hacíamos nosotros. Apuesto a que usted se creyó muy democrático con sus actitudes frente al Congreso, ¿no? Con esa actitud que tenía de hacer todo por el pueblo y por su amada democracia, sin importar qué institución tenía que pasar por arriba. ¿No le pareció un poco contradictoria su justificación? A mí me resulta de lo más contradictoria. Usted pretendía instalar una democracia pura sin ningún tipo de fraude, pero pretendía lograrlo no teniendo en cuenta al poder Legislativo. ¿A qué clase de loco de remate se le ocurre apoyar a una democracia cuando en realidad estaba tomando actitudes autoritarias? Usted ignoró completamente al congreso, lo degradó hasta más no poder al no presentarse a su interpelación parlamentaria y al no realizar el discurso de inicio de las sesiones. Y ni hablemos de todas esas intervenciones provinciales que hizo, ninguna con el apoyo del parlamento. ¿De veras pensó que le quedarían muchos años en el poder con ese tipo de actitudes frente a una de las instituciones más importantes del país? No se puede eliminar el fraude y la corrupción si no se respetan las cuestiones básicas de una democracia.
Yrigoyen: ¿cree que no sé eso ahora? No creo que mis actitudes frente al Congreso hayan sido las mejores, pero en ese momento no me importó. No puedo dar muchas explicaciones, la verdad es que en ese entonces me pareció que frente a situaciones desesperadas se deben tomar medidas desesperadas. No te puedo dar muchas respuestas nuevas, simplemente sucedió. No le voy a mentir: por mucho tiempo vi al Congreso más como un enemigo que como un aliado, simplemente porque estaba muy influenciado por el partido conservador.
Ignacio: si usted va a justificarse diciendo eso, entonces creo que yo también me puedo justificar como a mí me parezca. De alguna forma nuestras medidas también fueron desesperadas frente a una situación desesperada, ¿sabe? Hablo de las medidas que el Partido Conservador y los militares tomaron hace exactamente dos meses. La verdad es que no teníamos intención de llegar a ese punto extremo, pero la situación nos empujó a hacerlo. Nosotros veníamos muy preparados para las elecciones de 1928, le pusimos muchas fichas a ésta. Pero nos guardamos algunas fichitas, señor, en caso de que las cosas no salieran como planeado. Si lo que se pregunta es hace cuanto que teníamos las cosas planeadas, la respuesta es esa. Ya estábamos pensando en el golpe de estado desde antes de esas elecciones, aunque sospecho que usted ya se imaginaba que algo así iba a pasar; creo que por eso no se resistió ni en lo más mínimo ese día. Lo planificamos todo con tanto cuidado...aunque obviamente que al ser tantos hubo distintas opiniones sobre cómo llevarlo a cabo y qué hacer después. ¡Recuerdo que en esa época era tan feliz! Sentía cómo el poder de mi partido crecía gracias a los militares, y por primera vez en mucho tiempo vi a mi padre con ganas de hacer algo por su partido. Estoy tan agradecido de que por fin haya sucedido, créame. Lo venía esperando desde hacía mucho. Sin embargo, me dio algo de bronca que haya ganado esas elecciones, señor. ¡No podía entender cómo había conseguido la mayoría de los votos, y sin ningún tipo de fraude! A veces le juro que me sorprende la mentalidad del pueblo, siempre volviendo a lo que fue bueno para ellos, sin tener en cuenta al resto de las clases...en fin, sepa que su amado país ya estuvo conspirando en contra suyo desde antes que su segundo período como presidente comenzara.
Después de esa pequeña confesión de Cepeda, Yrigoyen bajó la cabeza, sintiéndose completamente derrotado. En el fondo siempre supo que los conservadores venían pensando en ese golpe desde hacía mucho...aunque nunca había tenido una confesión de eso. Le dolía pensar en cómo había terminado su relación con una parte de su pueblo, y se sentía traicionado. En el fondo siempre lo supo, pero al escuchar la verdad terminó de deprimirse.
Por un rato, los dos estuvieron en profundo silencio, pensando en todo. Ignacio pensó que decirle todo lo que pensaba a Yrigoyen le haría sentir mejor por lo de su padre, pensó que estaría satisfecho por haberle dicho todo lo que su papá no pudo decir. Pero la verdad es que estaba muy lejos de sentirse bien; tenía ganas de llorar. Sin embargo, no pensaba dejar que el Peludo lo viera en semejante estado, ni por casualidad.
Ignacio: lamento decirle que no le queda mucho más tiempo a nuestra conversación, señor. El barco que me llevará de nuevo a casa sale en media hora, y tengo como veinte minutos para salir del recinto, así que ésta es nuestra despedida. Antes de irme quiero hacerle un pedido, señor. Quiero pedirle que si algún día sale de aquí con las fuerzas necesarias para pelear, por favor no lo haga. Acéptelo, señor, la época de los radicales se ha terminado. Ahora volvió a ser el tiempo de los conservadores, de la elite. El pueblo ya consiguió lo que quería y nosotros nos hartamos de ser ignorados y poco respetados. Ahora es momento de que los saben de poder tomen las decisiones importantes por el país. Sólo eso le pido, señor. Abandone sus ganas de pelear, abandone sus ganas de seguir siendo un líder para la UCR. Su viejo partido está en manos de Alvear, señor, está en manos de alguien que sabe que la época radical necesita un descanso, y por eso él decidió refugiarse en la abstención electoral. No pelee más.
Yrigoyen volvió a levantar su cabeza.
Yrigoyen: sabes que no puedo prometerte eso, hijo, no cuando me pasé muchos años de mi vida peleando por los trabajadores de mi país. Lamento no poder cumplir con tu pedido, y lamento haber perjudicado a tu clase al enfocarme tanto en mi misión y en el pueblo. Sé que estoy viejo y que perdí muchas cosas, perono perdí mi fe y mi amor por la democracia, y no las perderé mientras siga con vida. Aún tengo fieles seguidores que creen lo mismo que yo; así como existen conservadores de derecha, existen radicales  yrigoyenistas que no pienso defraudar. Sé que me gané muchos enemigos con mis actitudes, pero si algo sé de tener enemigos es que dejar de pelear contra ellos no es una opción. Si llego a salir de aquí con la energía suficiente para seguir peleando por lo que creo, ten por seguro que lo haré. No voy a prometerte algo que no tengo intención de cumplir, no cometeré ese error por segunda vez.
Ignacio lo miró fijamente, meditando sus palabras y luego comenzó a caminar hacia la salida del pasillo, sin mirar atrás y sin despedirse.
Yrigoyen: ¿aunque sabes una cosa, Ignacio? Sí recuerdo a tu padre.
El joven se dio la vuelta y lo miró. El viejo estaba llorando; no hacía ningún sonido, sólo le caían unas lágrimas. Ignacio decidió romper su promesa de ser fuerte y finalmente derramó una lágrima frente al anciano, un segundo antes de seguir caminando hacia la salida.


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