Luz, cámara, acción II
"La trascendencia de David” por Victoria Morris
Acquarone y Andrea Errobidart, 2do. Año, 1997. Colegio San Marón.
Había una vez un hombre llamado David, que
buscaba poder expresarse en lo que más le gustaba : la pintura. Pero tenía
un grave problema, el de la mayoría de los pintores : el del dinero. Un
día, cuando estaba pintando con los últimos óleos que le quedaban, en una
plaza, una mujer que pasaba por allí se quedó observándolo impactada. Apenas
David hizo una pausa en su trabajo, la mujer se le acercó y le preguntó si él
trabajaba para alguna familia importante. El, obviamente, le respondió que no.
Al escuchar esta palabra negativa, le sugirió trabajar para su familia, la
familia Médici, y él, encantado, le aceptó su propuesta.
Más tarde, David ya estaba instalado en una de
las habitaciones del castillo. Un mes después, uno de los integrantes de la
familia regresó al castillo de un viaje de negocios y no estuvo de acuerdo con
dejar a ese artista cualquiera en su hogar, ya que no le gustaron sus cuadros.
Decidieron echarlo. David volvió a su máxima pobreza. Pasó un largo tiempo
hasta que una familia, no tan prestigiosa como los Médici, lo protegió y ayudó
para que siguiera pintando. Pasaron unos cuantos años y esta familia
seguía apoyándolo, hasta que sus
pinturas llegaron a verse por el rey ; a éste le gustaron sus trabajos. Un
día, el rey lo mandó a llamar para que hiciera una obra para él. David acudió
inmediatamente.
El soberano le dió instrucciones para una
pintura. David se sintió halagado e inspirado, ya estaba empezando a ser
prestigioso y famoso entre los demás pintores. Las instrucciones para la pintura
eran :
1) La
cabeza del rey poderoso debería estar en el centro principal.
2) El
clero y los nobles deberían estar más abajo del rey y tenían que ser más
pequeños.
3) Por
último, los burgueses, el campesinado y el resto del reinado, en la parte
inferior de la pintura, como lo indicaba su estamento.
David tardó cinco años en realizarla, era
espectacular. El rey quedó impactado por su belleza y por ello lo declaró a
David como el pintor real más importante.
La familia Médici quedó petrificada, ya que no
podían creer que una familia de más bajo nivel que ellos haya podido ayudar a
ese artista cualquiera.
David vivió el resto de su vida con lujos y
dinero, pero dejó abandonada a la familia que lo ayudó y en su vejez, antes de
morir les escribió una pequeña carta, ésta decía así :
Querida familia :
He visto la pobreza y la he sentido entre
campesinos y artesanos. He visto la riqueza y la he sentido entre nobles y
soberanos. Los he abandonado y me siento apenado. Les agradezco su ayuda y me
despido. Perdón. David.
Otro ejemplo:
“Se ultiman los detalles de la privatización
del ramal Gral. Guido” (Clarín, 1993), realizado por Constanza Di Luigi, 5to. Año, 1993, Colegio San Marón.
Si mi padre pudiera leer esto... El, que había
festejado con sus compañeros de trabajo la nacionalización de los ferrocarriles
allá por los cuarenta... Eran épocas distintas, casi diría que vivíamos en otro
país. Por aquellos tiempos, yo me conformaba jugando a la pelota con los chicos
del barrio, después de la escuela. Quizás, éramos todos un poco felices. En realidad,
al principio, nuestra familia era pobre. Mi viejo laburaba todo el día de
conductor de tranvía, para traer noventa pesos por mes, que apenas alcanzaban
para comer y pagar las piezas. Sólo mi hermano menor y yo íbamos a la escuela.
Los más grandes eran mandaderos. Mi vieja cosía para afuera y fregaba el resto
del día. A mí me crió mi hermano mayor, Juan.
Eran días muy duros. Había muchas noches en
las que mi viejo no volvía a dormir : se quedaba hasta tarde discutiendo
con la gente del gremio cómo y cuándo sería la próxima huelga. Mamá temblaba de
miedo ; yo escuchaba su llanto quebrando el silencio, mientras mis
hermanos dormían como troncos, y me desvelaba y también lloraba. Casi todas las
tardes se oía en la radio algún comentario sobre redadas policiales en las
zonas fabriles. Ellos decían : “Anarquistas, huelguistas, haraganes...” Y
yo pensaba... Papá labura todo el día, partiéndose el lomo ; no era
injusto llamarlo de esa forma ? Yo no entendía del todo qué querían decir,
pero me sonaba muy mal. Es que papá, para mí, era un héroe. No había estudiado
nunca y sin embargo, de él, aprendí todo. Yo me decía a mí mísmo : “Cuando
sea grande, voy a defender todo por lo que él lucha, voy a ser como él”. En
fin...
Como decía, éramos pobres. A veces, debíamos
varios meses de alquiler ; y otras, comíamos únicamente pan y guiso.
Cuando alguien se enfermaba, nos veíamos en figurillas para pagar los
medicamentos. Me resultó muy difícil entender por qué habían cambiado tanto las
cosas después del cuarenta y tres. Empezaron a flotar rumores de progreso y
mejoras sociales. Sonaba todo muy lejano. Pero un día, a fines del cuarenta y
cinco, escuché a papá muy eufórico hablar de la marcha. La radio decía que
decenas de camiones llegaban desde el conurbano hasta la Plaza. Papá salió
temprano. Mamá, como siempre, estaba preocupada, pero esta vez, de otra manera.
También estaba contenta. A mí me decían que todo iba a cambiar, que había
llegado la hora. El viejo volvió a casa después de la medianoche, festejando
con compañeros de trabajo. Yo también festejaba junto a mis hermanos sin saber
bien porqué. En febrero del cuarenta y seis Perón ya era presidente.
Desde entonces, mis recuerdos son muy
distintos. Papá empezó a traer más guita y a volver más temprano. Ya no se reunía
con la gente del gremio hasta tarde, para organizar huelgas, ni se escuchaban
en la radio informes sobre redadas. Un día, al llegara casa, papá no hizo
sentar a todos a la mesa y dijo : “Tengo que contarles algo importante”.
Yo tuve un poco de miedo porque imaginé que lo habían despedido, pero resultó
ser otra cosa. Como él solía hacer cuando había noticias buenas, las dejó para
el final y empezó por algo que, en aquel momento, para mí no fue muy
trascendente. Que un grupo muy grande en el trabajo se había del liderazgo del
gremio y que iban a afiliarse al peronismo. Con esto concluyó el tema de las
llegadas tarde, las huelgas y la represión. Mamá no lloraba más por las noches,
aunque me enteré de que algunos dirigentes laboristas habían caído en cana. Yo
tenía, a esa altura, diez años. Recuerdo todo mucho más fresco.
La segunda noticia era que el estado nos había
dado un crédito y que íbamos a mudarnos. Mamá lloraba de alegría, mis hermanos
y yo reíamos.
Aún recuerdo la nueva casa. Era pequeña, pero
había espacio para todos. Como a papá le habían aumentado el sueldo, pudimos
comprar algunos muebles en cuotas : camas para mis hermanos y yo, una
nueva mesa para comer, algunas sillas, una heladera... El nuevo hogar era un
sitio muy cálido. En el comedor, solíamos reunirnos por la tarde, alrededor de
la mesita de la radio, a la hora del radioteatro. Allí estaban además los retratos de mi
familia. Mis abuelos maternos, paternos, los tíos, nosotros y la foto de Evita.
Recuerdo cuando le pregunté a Juan quién era esa mujer. El me dijo : “A
ella le debemos la bicicleta y la sidra de Navidad. Es la mujer del General”. A
veces, me pasaba horas mirando su retrato ; tan linda ella, con su peinado
y su rostro tan blanco... parecía una virgen. Cuando hablaba en la plaza íbamos
todos juntos a verla, y si no, la escuchábamos por la radio. Decía cosas muy
lindas. Era la primera mujer que hablaba para el pueblo.
Mis hermanos más grandes fueron dejando de
trabajar, paulatinamente para terminar el primario. En la escuela , todos
leíamos “La razón de mi Vida”. Aquel
libro me ayudó a entender un poco más a Evita. Creo que fue a partir de él que
empecé a sentirme un poco peronista. Comencé a observar cómo la gente se
dividía a favor y en contra de ella, y en varias oportunidades, tuve que
pelearme en la escuela para defenderla.
Cuando se nacionalizaron los ferrocarriles, el
viejo gritaba : “A la mierda con los ingleses explotadores... !” Esa
noche, en casa, reinaba la alegría. Papá trajo a comer a algunos compañeros
ferroviarios y mamá preparó dos pollos, ensalada y bizcochuelo. Hasta nosotros
tomamos vino.
La cosa siguió mejorando porque a papá le
dieron vacaciones y mis hermanos y yo empezamos a ir a la colonia de verano.
Pero lo mejor vino cuando, en el año cincuenta y uno, pudimos irnos, al fin,
todos juntos unos días de vacaciones a un hotel del gremio, en Córdoba.
Conocimos las sierras... Yo sabía, de antes que a esos lugares sólo iba gente
de plata. Allá papá se encontró con compañeros ; casi todos los gremios
podían hacerlo para esa época. Además, como teníamos subsidios pagábamos el
cincuenta por ciento del viaje y la estadía era barata. Tuvimos un verano muy
feliz.
Pero, la época gloriosa no duró mucho. A
mediados del cincuenta y dos Evita murió de cáncer. Papá y mamá fueron al
velorio. Hicieron cola durante días, bajo la lluvia y el frío de julio. Todos
los hombres tenían corbata negra y las mujeres lloraban. Una multitud
interminable aguardaba para verla. Me impresionó mucho todo eso. Yo también
sentí dolor. Era el fin de una época ; nada fue igual después ; los
gremios empezaron a enfrentarse al gobierno por reclamos salariales y la
situación se tornó crítica. Mi viejo volvió a participar en las huelgas. En la
escuela había un gran enfrentamiento ideológico.
La crisis económica hizo que se frenara la
expansión industrial, los subsidios, los avances sociales... Todo había
comenzado con la candidatura de Evita para la vicepresidencia en las elecciones
del cincuenta y dos, y el lío del ejército sumado a la crisis de la post-guerra,
y la Iglesia.. ..La
buena época había sido como un sueño que había durado algunos años. Luego,
despertamos, y las cosas no andaban nada bien. Papá se enfermó para la
primavera del cincuenta y tres. A los pocos meses murió. Agradecí a Dios que no
llegara a ver las iglesias quemadas y las bombas en la plaza.
Mamá se quedó muy sola y tuvo que trabajar
duro otra vez. Tuvimos que vender algunas cosas para subsistir. Empecé a
trabajar de oficinista en una empresa metalúrgica, pero allí también había huelgas.
De noche me las arreglaba para estudiar. Había empezado Derecho. En el ambiente
de la facultad empecé a conectarme discretamente con sectores peronistas. Mis
años de militancia fueron silenciosos. Jamás participé en la lucha armada.
Algunos compañeros habían entrado en la pesada y no les había ido bien. Preferí
dedicarme más al estudio y al trabajo, sin olvidar el partido. Mi vieja, por supuesto, no quería saber nada con la
política - a ella le bastaba poder votar : “Mirá cuanto sufrimiento me trajo
tu padre con cada noche que pasaba fuera de casa, dejando que yo pensara las
peores cosas...”
Mis hermanos tenían la política
terminantemente prohibida. Pero yo sentí la necesidad de continuar la lucha de
mi padre. Y eso hice, durante años...
Pero el país cambió y también sus necesidades.
No sé si mi padre me entendería. Llegó la hora del pragmatismo. Ahora soy
funcionario del gobierno. En la comisión somos cuatro los que tenemos a cargo
la parte legal de los contratos. Ejercí durante algunos años como abogado y
adquirí práctica suficiente para desenvolverme en forma correcta en las altas
esferas. Sé qué, dentro de mi campo, estoy haciendo lo posible para sacar
adelante la nación. Precisamente, hoy tengo la última reunión con los
adjudicatarios del ramal Guido.
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