lunes, 29 de julio de 2013

Luz, cámara, acción II

"La trascendencia de David” por Victoria Morris Acquarone y Andrea Errobidart, 2do. Año, 1997. Colegio San Marón.
Había una vez un hombre llamado David, que buscaba poder expresarse en lo que más le gustaba : la pintura. Pero tenía un grave problema, el de la mayoría de los pintores : el del dinero. Un día, cuando estaba pintando con los últimos óleos que le quedaban, en una plaza, una mujer que pasaba por allí se quedó observándolo impactada. Apenas David hizo una pausa en su trabajo, la mujer se le acercó y le preguntó si él trabajaba para alguna familia importante. El, obviamente, le respondió que no. Al escuchar esta palabra negativa, le sugirió trabajar para su familia, la familia Médici, y él, encantado, le aceptó su propuesta.
Más tarde, David ya estaba instalado en una de las habitaciones del castillo. Un mes después, uno de los integrantes de la familia regresó al castillo de un viaje de negocios y no estuvo de acuerdo con dejar a ese artista cualquiera en su hogar, ya que no le gustaron sus cuadros. Decidieron echarlo. David volvió a su máxima pobreza. Pasó un largo tiempo hasta que una familia, no tan prestigiosa como los Médici, lo protegió y ayudó para que siguiera pintando. Pasaron unos cuantos años y esta familia seguía  apoyándolo, hasta que sus pinturas llegaron a verse por el rey ; a éste le gustaron sus trabajos. Un día, el rey lo mandó a llamar para que hiciera una obra para él. David acudió inmediatamente.
El soberano le dió instrucciones para una pintura. David se sintió halagado e inspirado, ya estaba empezando a ser prestigioso y famoso entre los demás pintores. Las instrucciones para la pintura eran :
1)  La cabeza del rey poderoso debería estar en el centro principal.
2)  El clero y los nobles deberían estar más abajo del rey y tenían que ser más pequeños.
3)  Por último, los burgueses, el campesinado y el resto del reinado, en la parte inferior de la pintura, como lo indicaba su estamento.
David tardó cinco años en realizarla, era espectacular. El rey quedó impactado por su belleza y por ello lo declaró a David como el pintor real más importante.
La familia Médici quedó petrificada, ya que no podían creer que una familia de más bajo nivel que ellos haya podido ayudar a ese artista cualquiera.
David vivió el resto de su vida con lujos y dinero, pero dejó abandonada a la familia que lo ayudó y en su vejez, antes de morir les escribió una pequeña carta, ésta decía así :
Querida familia :
He visto la pobreza y la he sentido entre campesinos y artesanos. He visto la riqueza y la he sentido entre nobles y soberanos. Los he abandonado y me siento apenado. Les agradezco su ayuda y me despido. Perdón. David.

Otro ejemplo:
“Se ultiman los detalles de la privatización del ramal Gral. Guido” (Clarín, 1993), realizado por Constanza Di Luigi,  5to. Año, 1993, Colegio San Marón.
Si mi padre pudiera leer esto... El, que había festejado con sus compañeros de trabajo la nacionalización de los ferrocarriles allá por los cuarenta... Eran épocas distintas, casi diría que vivíamos en otro país. Por aquellos tiempos, yo me conformaba jugando a la pelota con los chicos del barrio, después de la escuela. Quizás, éramos todos un poco felices. En realidad, al principio, nuestra familia era pobre. Mi viejo laburaba todo el día de conductor de tranvía, para traer noventa pesos por mes, que apenas alcanzaban para comer y pagar las piezas. Sólo mi hermano menor y yo íbamos a la escuela. Los más grandes eran mandaderos. Mi vieja cosía para afuera y fregaba el resto del día. A mí me crió mi hermano mayor, Juan.

Eran días muy duros. Había muchas noches en las que mi viejo no volvía a dormir : se quedaba hasta tarde discutiendo con la gente del gremio cómo y cuándo sería la próxima huelga. Mamá temblaba de miedo ; yo escuchaba su llanto quebrando el silencio, mientras mis hermanos dormían como troncos, y me desvelaba y también lloraba. Casi todas las tardes se oía en la radio algún comentario sobre redadas policiales en las zonas fabriles. Ellos decían : “Anarquistas, huelguistas, haraganes...” Y yo pensaba... Papá labura todo el día, partiéndose el lomo ; no era injusto llamarlo de esa forma ? Yo no entendía del todo qué querían decir, pero me sonaba muy mal. Es que papá, para mí, era un héroe. No había estudiado nunca y sin embargo, de él, aprendí todo. Yo me decía a mí mísmo : “Cuando sea grande, voy a defender todo por lo que él lucha, voy a ser como él”. En fin...

Como decía, éramos pobres. A veces, debíamos varios meses de alquiler ; y otras, comíamos únicamente pan y guiso. Cuando alguien se enfermaba, nos veíamos en figurillas para pagar los medicamentos. Me resultó muy difícil entender por qué habían cambiado tanto las cosas después del cuarenta y tres. Empezaron a flotar rumores de progreso y mejoras sociales. Sonaba todo muy lejano. Pero un día, a fines del cuarenta y cinco, escuché a papá muy eufórico hablar de la marcha. La radio decía que decenas de camiones llegaban desde el conurbano hasta la Plaza. Papá salió temprano. Mamá, como siempre, estaba preocupada, pero esta vez, de otra manera. También estaba contenta. A mí me decían que todo iba a cambiar, que había llegado la hora. El viejo volvió a casa después de la medianoche, festejando con compañeros de trabajo. Yo también festejaba junto a mis hermanos sin saber bien porqué. En febrero del cuarenta y seis Perón ya era presidente.

Desde entonces, mis recuerdos son muy distintos. Papá empezó a traer más guita y a volver más temprano. Ya no se reunía con la gente del gremio hasta tarde, para organizar huelgas, ni se escuchaban en la radio informes sobre redadas. Un día, al llegara casa, papá no hizo sentar a todos a la mesa y dijo : “Tengo que contarles algo importante”. Yo tuve un poco de miedo porque imaginé que lo habían despedido, pero resultó ser otra cosa. Como él solía hacer cuando había noticias buenas, las dejó para el final y empezó por algo que, en aquel momento, para mí no fue muy trascendente. Que un grupo muy grande en el trabajo se había del liderazgo del gremio y que iban a afiliarse al peronismo. Con esto concluyó el tema de las llegadas tarde, las huelgas y la represión. Mamá no lloraba más por las noches, aunque me enteré de que algunos dirigentes laboristas habían caído en cana. Yo tenía, a esa altura, diez años. Recuerdo todo mucho más fresco.

La segunda noticia era que el estado nos había dado un crédito y que íbamos a mudarnos. Mamá lloraba de alegría, mis hermanos y yo reíamos.

Aún recuerdo la nueva casa. Era pequeña, pero había espacio para todos. Como a papá le habían aumentado el sueldo, pudimos comprar algunos muebles en cuotas : camas para mis hermanos y yo, una nueva mesa para comer, algunas sillas, una heladera... El nuevo hogar era un sitio muy cálido. En el comedor, solíamos reunirnos por la tarde, alrededor de la mesita de la radio, a la hora del radioteatro.  Allí estaban además los retratos de mi familia. Mis abuelos maternos, paternos, los tíos, nosotros y la foto de Evita. Recuerdo cuando le pregunté a Juan quién era esa mujer. El me dijo : “A ella le debemos la bicicleta y la sidra de Navidad. Es la mujer del General”. A veces, me pasaba horas mirando su retrato ; tan linda ella, con su peinado y su rostro tan blanco... parecía una virgen. Cuando hablaba en la plaza íbamos todos juntos a verla, y si no, la escuchábamos por la radio. Decía cosas muy lindas. Era la primera mujer que hablaba para el pueblo.

Mis hermanos más grandes fueron dejando de trabajar, paulatinamente para terminar el primario. En la escuela , todos leíamos “La razón de mi  Vida”. Aquel libro me ayudó a entender un poco más a Evita. Creo que fue a partir de él que empecé a sentirme un poco peronista. Comencé a observar cómo la gente se dividía a favor y en contra de ella, y en varias oportunidades, tuve que pelearme en la escuela para defenderla.

Cuando se nacionalizaron los ferrocarriles, el viejo gritaba : “A la mierda con los ingleses explotadores... !” Esa noche, en casa, reinaba la alegría. Papá trajo a comer a algunos compañeros ferroviarios y mamá preparó dos pollos, ensalada y bizcochuelo. Hasta nosotros tomamos vino.

La cosa siguió mejorando porque a papá le dieron vacaciones y mis hermanos y yo empezamos a ir a la colonia de verano. Pero lo mejor vino cuando, en el año cincuenta y uno, pudimos irnos, al fin, todos juntos unos días de vacaciones a un hotel del gremio, en Córdoba. Conocimos las sierras... Yo sabía, de antes que a esos lugares sólo iba gente de plata. Allá papá se encontró con compañeros ; casi todos los gremios podían hacerlo para esa época. Además, como teníamos subsidios pagábamos el cincuenta por ciento del viaje y la estadía era barata. Tuvimos un verano muy feliz.

Pero, la época gloriosa no duró mucho. A mediados del cincuenta y dos Evita murió de cáncer. Papá y mamá fueron al velorio. Hicieron cola durante días, bajo la lluvia y el frío de julio. Todos los hombres tenían corbata negra y las mujeres lloraban. Una multitud interminable aguardaba para verla. Me impresionó mucho todo eso. Yo también sentí dolor. Era el fin de una época ; nada fue igual después ; los gremios empezaron a enfrentarse al gobierno por reclamos salariales y la situación se tornó crítica. Mi viejo volvió a participar en las huelgas. En la escuela había un gran enfrentamiento ideológico.

La crisis económica hizo que se frenara la expansión industrial, los subsidios, los avances sociales... Todo había comenzado con la candidatura de Evita para la vicepresidencia en las elecciones del cincuenta y dos, y el lío del ejército sumado a la crisis de la post-guerra, y la Iglesia....La buena época había sido como un sueño que había durado algunos años. Luego, despertamos, y las cosas no andaban nada bien. Papá se enfermó para la primavera del cincuenta y tres. A los pocos meses murió. Agradecí a Dios que no llegara a ver las iglesias quemadas y las bombas en la plaza.

Mamá se quedó muy sola y tuvo que trabajar duro otra vez. Tuvimos que vender algunas cosas para subsistir. Empecé a trabajar de oficinista en una empresa metalúrgica, pero allí también había huelgas. De noche me las arreglaba para estudiar. Había empezado Derecho. En el ambiente de la facultad empecé a conectarme discretamente con sectores peronistas. Mis años de militancia fueron silenciosos. Jamás participé en la lucha armada. Algunos compañeros habían entrado en la pesada y no les había ido bien. Preferí dedicarme más al estudio y al trabajo, sin olvidar el partido. Mi vieja,  por supuesto, no quería saber nada con la política - a ella le bastaba poder votar : “Mirá cuanto sufrimiento me trajo tu padre con cada noche que pasaba fuera de casa, dejando que yo pensara las peores cosas...”

Mis hermanos tenían la política terminantemente prohibida. Pero yo sentí la necesidad de continuar la lucha de mi padre. Y eso hice, durante años...

Pero el país cambió y también sus necesidades. No sé si mi padre me entendería. Llegó la hora del pragmatismo. Ahora soy funcionario del gobierno. En la comisión somos cuatro los que tenemos a cargo la parte legal de los contratos. Ejercí durante algunos años como abogado y adquirí práctica suficiente para desenvolverme en forma correcta en las altas esferas. Sé qué, dentro de mi campo, estoy haciendo lo posible para sacar adelante la nación. Precisamente, hoy tengo la última reunión con los adjudicatarios del ramal Guido.



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