martes, 6 de agosto de 2013

De novela

Objetivo: identificar las causas, desarrollo y consecuencias de un determinado acontecimiento histórico.
Modalidad: trabajo individual, domiciliario. Interdisciplinario con Lengua y Literatura. Se propone a los alumnos redactar una novela breve o cuento sobre un  hecho histórico.
Ejemplo realizado por María Valentina Mardon, 3er año, Colegio Santa Teresa, 2013. Con participación de las profesoras Clara Mari y María Inés Vázquez.

De muerte y guillotina

“Tendremos que arrepentirnos en esta generación, no tanto de las malas acciones de la gente perversa, sino del pasmoso silencio de la gente buena.” 
Martin Luther King 


En una habitación oscura, un hombre y una mujer hablaban en voz baja. Ella llevaba un vestido largo de color bordó, y unas peinetas de plata en su cabello castaño. Él en cambio llevaba camisa blanca, unas calzas violetas y una galera negra que resaltaba sus ojos azules y cabello oscuro. Estaban sentados desayunando en una mesa mientras cuchicheaban.

-… y Jean-Luc está furioso.- Dijo el hombre, entrecerrando los ojos- Sus obreros se escapan a hacer manifestaciones y su producción está bajando. Justo ahora que la competencia con Inglaterra está más difícil que nunca.

- En cambio, Lucille (¿Recuerdas a su criada?) quiere sumarse a las manifestaciones lo más rápido posible.-Le comentó la mujer- Su hijo murió hace poco por una enfermedad y Jean-Luc no quiso pagar la medicina. Oí a las criadas hablar del tema anoche.

Ambos guardaron silencio.

-Gabrielle, querida. ¿No crees que…?

Pero se interrumpió al escuchar como la puerta de la habitación se abría. Un adolecente –casi adulto- estaba en la puerta, tomando de un brazo a un niño de aproximadamente 10 años. El pequeño sonreía, y se soltó para sentarse en la mesa junto a su madre.

-¡Jacques! – Lo saludó su madre, acariciándole la cabeza. Luego se volvió hacia su otro hijo. – Otwan, querido, ¿Qué haces levantado a estas horas?

Otwan era alto, aproximadamente de un metro 70 y tenía el cuerpo alargado y un tanto desgarbado que daba a entender que se había estirado demasiado rápido. Tenía los ojos azules y el pelo azabache de su padre, y una piel pálida por pasar tantas horas encerrado. Llevaba una camisa blanca desabotonada y unas calzas negras. Iba descalzo y, a pesar de no decirlo, sentía el frío pasar por la piedra y lamerle los pies. Se sentó en la silla que quedaba, frente a su hermano, y se masajeó las sienes.

-Pregúntale a él. -Le dijo a su madre, señalando a Jacques. – Él es el culpable.

El niño simplemente sonrió, mostrando sus hoyuelos.

-Es que había ruido en la ventana. ¡Había mucha gente! Y gritaban cosas como: ¡Muerte a Luis! Y ¡Abajo los pivilegios!

-Privilegios. –Le corrigió su hermano.

-Eso. Y tenían cacerolas. ¿Por qué tenían cacerolas?

Sus ojitos marrones se alzaron hacia su padre con curiosidad, pero él solo se encogió de hombros.

-No lo sé, Jacques. Pero no debes ir repitiendo eso, ¿De acuerdo? – Y le dirigió una mirada oscura a su mujer e hijo, que se apresuró a comer.

-¿Y entonces por qué están ambos despiertos a estas horas de la madrugada?

Otwan miró por la pequeña ventana del castillo. El cielo estaba anaranjado y parecía bañar con la luz del sol todo lo que se encontraba cerca. Las plantas, los animales, los trigales. No debían ser más de las cinco de la mañana. Jacques volvió la cabeza para ver que observaba su hermano.

-Me vino a despertar. Se asustó y quiso compartir su sufrimiento conmigo.

Jacques le dio una sonrisita. El mayor luchó en contra de ello pero, muy a su pesar, terminó devolviéndole la sonrisa. No lo podía evitar. Aunque no lo demostrara mucho, quería a su hermano. Era una de esas almas llenas de vida, alegría y amor para todos, siempre justo y sincero. Era imposible no quererlo.

-Estoy segura que no lo hizo a propósito.-Dijo Gabrielle mirándolos con ternura. Luego se tensó y se giró hacia la ventana. Jacques siguió comiendo, pero Otwan se estiró para observar. Un hombre a caballo, con galera y tapado, galopaba hacia el castillo.

-Jonathan, creo que tienes visitas. –Susurró su mujer. Luego tomó una campana que había en la mesa y la comenzó a mover violentamente. A Otwan, que estaba acostumbrado, no le tembló un dedo, más Jacques se cayó al suelo del asombro y susto.

-¡Charlotte! ¡Charlotte! –Llamó a viva voz Gabrielle.

Minutos después, una muchachita rubia de aspecto frágil apareció en la habitación.

-¿Sí señora? –Su voz era suave y parecía un tanto confundida.

-¡Tenemos un invitado! Quiero que limpies todo y vuelvas a poner el desayuno. ¡Y te quiero atenta a cualquier llamada! – Luego se volvió hacia los niños- Y a ustedes dos, los quiero fuera. Vayan a jugar o lo que sea. No estorben.

Sus hijos asintieron. Ambos salieron de la habitación detrás de su madre que iba murmurando cosas inentendibles. Ella desapareció por un pasillo y ellos siguieron caminando. Llegaron a la sala central del castillo en el momento en que entraba por la puerta principal el conde De Mortimer, un amigo de su padre.

-¡Muchachos! –Solo dijo al pasar a su lado.

Ambos asintieron con la cabeza en señal de respeto. Otwan siguió caminando pero notó como su hermano se quedaba atrás.

-¡Olvidé mi cadena! –Le gritó el pequeño antes de salir corriendo por la dirección en la que llegaron.

Otwan suspiró. Nunca entendería el cariño que su hermano le tenía a ese collar.

Se lo había regalado su abuelo antes de morir. Era simple, de plata, con un dije que decía: Nobles. A él también le había dado uno, pero era una pulsera y estaba guardada junto al dinero de su padre. Jacques, en cambio, se negó desde un primer momento a dejarla con él. La llevaba siempre consigo y solo se la sacaba en casos especiales, como para comer, pues su madre odiaba que el collar se hundiera en la comida caliente.

Cuando Otwan le había preguntado por qué no se la sacaba él le había contestado: “Hay que sentirse orgullosos de ser lo que somos. Siempre hay que demostrarlo” aunque Otwan estaba seguro de que había repetido esas palabras del abuelo, porque a tan corta edad no creía que lo entendiese. Otwan siguió a Jacques, que corría de vuelta hacia el comedor.

-Jacques –Le dijo, intentando frenarlo–. Jacques, está papá ahí adentro.

Pero el niño no frenó. Solo corrió aún más rápido. Bufando, su hermano se lanzó tras él y lo agarró del brazo, deteniéndose justo delante de la puerta, que estaba entreabierta.

Jacques abrió la boca para llamar a su padre, pero Otwan se la tapó. Su padre podía ser cariñoso cuando quería, pero odiaba que lo interrumpieran.

-Espera a que termine de hablar –Le susurró en la oreja a su hermano, que intentaba morderle la mano que le tapaba los labios.

- ¡Pero esto es inaudito! –Gritaba su padre en aquel momento- ¡Es una abominación! ¿Nosotros, impuestos? ¿Pero quién se cree?

-El rey – Oyeron decir a el señor De Mortimer. – Y es lo que nos pide. No sé qué escusa está dando, pero yo estoy seguro de que es porque no tenemos más dinero. Ay, –se quejó – nunca debimos ayudar a esas colonias americanas.

Otwan se quedó estupefacto. ¿Acaso iban a tener que pagar impuestos? Solo la gente de menor estatus social (como los campesinos, o los sans-culotes) debía pagar impuestos. No, no, debía haber oído mal. Se concentró en oír mejor.

-… toda Francia está furiosa. Bueno, obviamente no toda, pero muchos sí. Y tengo la sensación de que algo malo está por suceder. Y que no nos favorecerá precisamente a nosotros.

Hubo un minuto de silencio. Otwan tuvo que acallar un chillido que quiso escapar de sus labios cuando su hermano le mordió con fuerza la palma. Masajeándose la mano lo miró furioso, pero rápidamente se desconcentró al volver a oírlos hablar:

- ¿Oíste sobre las pequeñas revueltas?

Su padre bufó.

-Por supuesto que sí. Y de pequeñas no tienen nada. ¿Quiénes se creen los de esta Asamblea para gobernarnos? Luís está haciendo un gran trabajo solo.

-Lo sé. Pero se ve que no todos piensan así. La gente del pueblo atacó la Bastilla la otra noche. Todos los presos políticos escaparon. Y, por si fuera poco, los campesinos están intentando tomar parte de esta Revolución. Incendiando castillo, quemando los papeles que los unen como siervos a nosotros. El rey está en un grave aprieto, y si no piensa en una manera de salir de todo esto, terminará mal.

Jacques decidió intervenir en ese momento. Tocó suavemente la puerta y esperó, con la sonrisa más dulce que pudo poner.

Su padre la abrió, frunciendo el ceño, más sonrió al ver el rostro de su hijo favorito.

-Padre, he olvidado mi collar. –Solo le dijo.

Y, entrando en habitación, dejó a su hermano parado solo en el corredor.

…5 años después…

Otwan caminó por las calles del mercado, observando las cosas que se vendían sin mucho interés. Pensaba, en cambio, en todas las cosas que habían pasado en los últimos cinco años.

En 1791 (cuando él tenía 17) había aparecido la Asamblea Nacional, luego de que los diputados del Tercer Estado se fueran de los Estados Generales. La crearon con la intención de limitar el poder del rey cosa que, indudablemente, hicieron con precisión. Francia ya no era gobernada por una monarquía absoluta, sino por una monarquía limitada en la que la Asamblea ejercía el poder legislativo. Se sancionaron los Derechos del hombre y el ciudadano cosa que desfavoreció a los nobles considerablemente debido a la abolición de los privilegios. Su padre se había puesto furioso, y su madre por poco se larga a llorar cuando se enteró de que no era más que cualquier otra persona de Francia. El rey intentó escapar, pero fue apresado por la Guardia Nacional (que respondía solo a la Asamblea) por traición a la patria, junto a toda su familia.

Sin embargo, la monarquía limitada acabó tan rápido como empezó. De un día para el otro había una República y Otwan tenía miedo. Francia siempre los había ayudado al ser privilegiados, más con el terror revolucionario en las calles su familia no sabía que esperar.

Debido a las protestas que la Asamblea recibía de los jacobinos, decidieron ejecutar al rey y a su familia, y con ellos murió la pequeña esperanza que tenía Otwan de que todo volviera a ser como antes.

La república había ganado poder, y las cosas comenzaron a descontrolarse. Se creó el Comité de Salvación Pública, y con ellos los Comités de Vigilancia, integrados por Sans- culotes.

Y a aquello era lo que Otwan temía. No tanto por sí mismo, sino por Emilie y Anne. Emilie tenía ya 19 años. Ambos se habían conocido cuando tenían cinco, pero nunca se habían hablado más de lo estrictamente necesario. Sin embargo, cuando sus madres comenzaron a juntarse para charlar (a eso de sus 16 años) algo cambió entre ellos. Ya no se miraban igual, ni se hablaban del mismo modo.

En cuanto sus madres lo notaron, comenzaron los planes para la boda, lo cual fue algo bochornoso para ambos, pero al final declararon su amor. Ya llevaban casados dos años, y tenían una hermosa bebé recién nacida llamada Anne.

Otwan temblaba de miedo cada vez que oía algo sobre lo que aquella gente le hacía a nobles como él. Ya no quedaban muchos, pues la gran mayoría se había escapado de Francia, pero aún había algunos que luchaban, y caían muertos a los pies del Comité de Vigilancia. Aquello llevaba dándose desde sus 16 años… y todo seguía igual.

Intentando sacarse de la cabeza aquellos horribles pensamiento volvió a observar las cosas del mercado. Fue entonces cuando una mujer se le acercó. Se notaba que no era una de su clase por la ropa vieja que llevaba. Tenía el pelo oscuro, y ojos marrones. Era bastante bella.

-Hola. –Le dijo ella. Él asintió con la cabeza, dando a entender un saludo. - ¿Qué tal te va? ¿Buscas algo de diversión? – Y le pasó una mano por el pecho descaradamente.

Al instante Otwan se sintió asqueado. Intentando contener como pudo sus ganas de escaparse de la vista de aquella mujer, contestó.

-No gracias. Estoy casado.

Ella pareció un tanto decepcionada.

-Oh… una lástima. Me hubieras servido de mucho –Y luego le guiñó un ojo coquetamente.

Se corrió lo más rápido que pudo y soltando una patética excusa se fue de allí.

Llegó a la casa de su padre, donde todavía vivía su hermano, teniendo 15, casi 16. Lo encontró dormido en uno de los sillones de la entrada. Verlo así, en esa vulnerable posición le hizo recordar cuando ambos eran niños. Cuando Jacques se acurrucaba junto a él al asustarse de los truenos.

Al sentirse observado, Jacques se despertó. En vez de saludar a su hermano con una sonrisa solo le dijo:

-Aquí estás.

Otwan frunció el ceño. Notaba que su hermano actuaba raro desde hace un par de meses. Ya no sonreía, ni hacía bromas. No comía demasiado, y siempre parecía estar pensando. Sin embargo, el cambio que más se notaba era lo mucho que parecía olvidarse su collar. Siempre que Otwan estaba en la casa lo encontraba tirado en algún lado. Cuando se lo devolvía Jacques parecía ligeramente triste.

Esa noche no fue la excepción. Cuando salió del despacho de su padre tras haber hablado con él, se lo encontró en el baño. Rápidamente corrió a su cuarto para dárselo, pero se quedó estático al ver a su hermano vestido como campesino y sacándose todas sus joyas con rapidez. Se despeinó ligeramente y se dirigió a la puerta. Otwan se escondió en las sombras y Jacques pasó a su lado sin notarlo, intentando pasar desapercibido. Su hermano lo siguió. Estaba decidido a comprender que sucedía.

Lo siguió desde el castillo hasta el pueblo. Otwan se sorprendió al ver que se dirigía a las calles más pobres. Cuando su hermano se bajó del carruaje él lo hizo también, siguiéndolo a pie.

Llegaron a una taberna, donde había mucha gente de bajos recursos. Jacques no vaciló ni un segundo y entró, seguido por su hermano.

Otwan al ver a la gente que había allí se quedó de piedra. Eran los del Comité de Vigilancia. ¿Qué pensaba hacer su hermano? ¿Entregarse? Sin embargo algo en su mente no encajaba. Así que escuchó desde la puerta.

Poco a poco se fue horrorizando más y más. Jacques no estaba allí sin querer. Estaba con ellos planeando a que próxima familia atacar.

Aquello no podía ser. Jacques… él no lo haría. Él no daría la espalda a su propia familia, ¿o sí?

-Yo creo que debe ser ésta noche. –Decía uno en ese momento.

-Yo también. –Dijo Jacques.-Mientras más rápido terminemos con ellos mejor.

Aquello produjo que Otwan tuviera nauseas y soltara una pequeña arcada. Nadie pareció notarlo, excepto Jacques, quién al verlo abrió mucho los ojos.

-Si me disculpan, debo tomar algo de aire.

Sus ojos se encontraron. Sin más palabras Otwan se dio la vuelta y salió a la calle. A los pocos segundos su hermano apareció.

-¿Estás loco? –Le dijo éste. -¿Qué haces aquí?

Aquello solo lo enfureció.

-Quisiera hacerte la misma pregunta Jaques. ¿Qué diablos te piensas que haces aquí? ¿Cómo puedes estar con ellos? ¿Es que estás loco? –No pudo evitar gritarle. –Nosotros muriéndonos de miedo, ¡Y tú con ellos! ¡Eres un traidor!

-¡Cállate! – Le gritó el menor a su vez.- ¡Tú no tienes idea! Claro, el perfecto hijo me viene a regañar a mí por no pensar igual que él. Porque, obviamente, el pequeño Jacques no puede pensar por sí solo. No le hables de esto al pobre y pequeño Jacques – Dijo con voz chillona, haciendo una mala imitación de la de su madre- . Mantengámoslo en una maldita burbuja, así no puede pensar. Así son todos ustedes. Huecos. No piensan jamás. Ni una maldita vez se pusieron a pensar que tal vez manteniéndome en esa burbuja lo único que harían sería incentivarme para buscar nuevas opciones. Todos ustedes son iguales. Son moldeables al gusto de sus superiores. Solo son inferiores.

Otwan estaba furioso. ¿Quién se creía ese idiota? Sin embargo respiró hondo. Siendo el mayor, debía conservar la calma.

-Jacques…

Pero fue interrumpido por una voz de mujer.

-Jacques, cariño, ¿Qué haces aquí afuera?

-Hablando con alguien amor. Quédate dónde estás. –Otwan observó a su hermano decir aquellas palabras dulces, y supo que estaba perdido. Que por mucho que intentara hacerlo cambiar de opinión no serviría de nada. Porque su hermano estaba enamorado.

La mujer se acercó. Al pasar por el faro de luz, Otwan la reconoció. Era la mujer del pueblo. La que había coqueteado con él. Le hirvió la sangre.

-¡Aléjate de él! –Bramó. Ella se asustó y al verlo su expresión de espanto solo se acentuó. Sin embargo se tranquilizó al oír a Jaques decir:

-¡No le grites! ¿Quién te crees?

Otwan no lo podía creer.

-¡Es una muchacha de mala sangre! ¡Hoy mismo estuvo coqueteando conmigo en el pueblo!

Aquello solo pareció enfurecer a su hermano más. Se lanzó hacia delante y le pegó un puñetazo.

-Vete de aquí. –Le dijo apretando los dientes, antes de marcharse- Y no vuelvas.

Aquella noche no pudo dormir. No sabía si contarle a sus padres lo que había pasado.

Al día siguiente se despertó cuando su padre entró corriendo a la habitación.

-¡Jacques! –Gritó. -¡Los girondinos! ¡Ellos lo tienen! ¡Creen que es uno de los jacobinos!

Aquello lo hizo despertar. Se cambió rápidamente y corrieron hacia la plaza principal. Allí estaba él, junto con los otros hombres que habían estado en la reunión.

La gente gritaba. Pedían sus muertes. Otwan estaba paralizado. No, esto no estaba pasando… cerró los ojos, y al volverlos a abrir se encontró con los ojos de su hermano. Transmitían dolor. Lo siento, solo pudo modular, antes de que se los declararan culpables. Aquél mismo día fue guillotinado frente a los ojos de su hermano y padre.

…Años después…

Querido Otwan:

Aquí todos te extrañamos mucho. A pesar de los meses que pasaron, no puedo dejar de pensar en ti. Estamos esperando a que las cosas se calmen un poco antes de huir a Inglaterra como tú. No queremos quenada malo nos suceda de camino.

Como sabes, aquí las cosas siguen un tanto revueltas. Seguimos sin tener los derechos que nos merecemos, pero en este momento es lo de menos. La gente sigue cantando aquel horroroso himno que se creó durante la época del “Terror revolucionario” y la bandera también quedó igual, cosa que me parece una ofensa. Todo está patas para arriba a como solía ser. Sin embargo, mi amor por ti sigue intacto. Nos volveremos a ver, Otwan. Antes de lo que esperas nos tendrás a Anne y a mí contigo. Podríamos habernos escapado juntos, pero como tuviste que huir debido a que los Girondinos los creían contrarrevolucionarios (ofensivo, ¿No crees?) no pudimos planear nada.

Debo irme. Mi padre me llama.

Con todo el amor del mundo,


Emilie y Anne.

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